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El socio inesperado

El socio inesperado

Notas

Mauricio Macri no tiene empatía con Francisco, pero agotó sus dotes como diplomático para establecer un canal político que ampliará la simple relación institucional. El Papa fue implacable y en su primera audiencia concedida a Macri jamás sonrió. Un gesto vano, fuera de contexto, que duró 22 minutos.

Desde esa cita gélida al segundo encuentro en el Vaticano, Macri profundizó sus gestos hacia Francisco y corrigió errores de política doméstica. Hizo cerrar los labios a Jaime Durán Barba –anticlerical rabioso– y dejó en Buenos Aires al jefe de Gabinete, Marcos Peña, un blanco móvil de Francisco en sus tertulias de Santa Marta. El cónclave fue más amistoso, fluyó y hasta abrió un silencioso back channel entre Macri y Francisco.

Pero la política es una ciencia inexacta que tiene dinámica propia. Lentamente, el Papa giró sobre sus pasos y decidió escuchar las explicaciones dogmáticas que dirigentes peronistas, jóvenes líderes sociales y punteros K ofrecían a las preguntas básicas que se formulaban en la intimidad del Vaticano. Francisco oía a los enviados de Macri, pero sólo respondía con sus gestos a los argumentos que se presentaban desde la oposición más cerrada al Gobierno. El Papa enfrió la relación con el Presidente, y no hubo manera de forzar un nuevo deshielo político.

Francisco cree que la justicia persigue a Hebe de Bonafini. Y desconfían de Macri

El punto de inflexión sucedió cuando Francisco visitó Chile, no aterrizó en Buenos Aires y dejó un simple mensaje protocolar escrito en inglés. Macri asumió que la relación bilateral estaba fracturada y entendió que la sociedad argentina -en su mayoría– cuestionaba la meticulosa ignorancia que aplicaba el Papa a la Argentina gobernada por Cambiemos. En ese punto de ruptura, el Presidente dejó de considerar a Francisco una pieza clave en la política doméstica. Eso no significa que Macri relativice el poder de la Iglesia Católica. Simplemente dejó de pensar en el Papa como un factor que podía complicar su gestión en la Casa Rosada.

Sin el peso del temor reverencial al Papa, y con las encuestas de la imagen de Francisco en los centros urbanos del país, Macri colocó en un segundo plano al Vaticano cuando decidió abrir el debate por la despenalización del aborto. El Presidente pensó en la mayoría de los argentinos y evaluó que una ofensiva del Papa no afectaría ni su estabilidad institucional ni su futuro político. Para Macri –anti abortista y católico–, la posición fría de Francisco lo transformó en el socio inesperado de un debate que jamás hubiera abierto si sus relaciones con Santa Marta fueran óptimas.

La frialdad del Papa, liberó a Macri. Y ahora Argentina se encamina hacia el siglo XXI. Gracias a Francisco.

Macri, Francisco y Juliana. Sin sonrisas en el Vaticano