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Franco censuró el Boom latinoamericano

Franco censuró el Boom latinoamericano

Lecturas

Por Felipe Sánchez y Diego Fonseca.

Después de que en 1967 el franquismo prohibiera la publicación de Cambio de piel, de Carlos Fuentes, Seix Barral recibió la noticia de que tampoco podría editar en España —como era su intención— Rayuela, la novela de Julio Cortázar que había visto la luz en Argentina de la mano de Francisco Porrúa en su sello Sudamericana.

El año anterior, el escritor chileno Luis Harss había presentado a ambos escritores junto a otros ocho más en Los nuestros, un libro de entrevistas que trascendería por anunciar el que iba a ser nuevo canon de la literatura latinoamericana. La obra de Harss, que anticipó una revolución clave en la literatura en castellano, cumple este año medio siglo. La dictadura retrasó, sin embargo, casi 15 años la llegada a España de algunos de los autores del boom, aunque a otros, como a Gabriel García Márquez, no les hicieron cambiar nada en sus textos.

Los censores franquistas, que evaluaban si cada libro atacaba “a la moral, a la Iglesia o al Régimen” “aconsejaron” suprimir ocho páginas de Rayuela en 1967, según consta en los correspondientes documentos que guarda el Archivo General de la Administración. Carlos Barral escribió como protesta al entonces jefe de la censura, Carlos Robles Piquer: “Empleo buena parte de mis posibilidades editoriales en una operación de integración de las distintas narrativas hispánicas, me preocupa gravemente el problema de la balcanización de la literatura en lengua española”.

La respuesta sugería que Cortázar aceptaría los cambios —aunque la primera edición española de su novela más conocida no llegó hasta siete años después en Círculo de Lectores— y hacía una irónica declaración de principios: “Deseo vivamente una mayor comunicación mutua entre todas las literaturas de lengua castellana”.

También se retrasó la publicación en España de Carlos Fuentes. Aunque en 1966 llegaron 17.000 ejemplares de La muerte de Artemio Cruz, los censores ya habían rechazado otras tres obras suyas. Los intentos en 1960 de la editorial Hispano Americana de exportar a España 50 ejemplares de La región más transparente y otros tantos de Las buenas conciencias fueron rechazados. La primera novela fue tachada en el informe de la censura de “atea, [con] alusiones políticas contrarias al régimen, [y] descripciones fuertemente lascivas”; la segunda presentaba a “personas religiosas como hipócritas, […] y con frases inconvenientes y escenas de burdel”. Hasta 1973 y 1975, respectivamente, ambas obras no llegaron a España. Una demora similar padeció Pedro Páramo, de Juan Rulfo, rechazada en 1955, cuando se publicó: “Hay descripciones crudas de situaciones inmorales”. Hasta 1969 no se pudo leer en España.

La llegada de Manuel Fraga en 1962 al Ministerio de Información propició una mínima apertura con la Ley de Prensa de 1966. “Se suprimió la censura previa y se podía publicar lo que se quisiera, pero el franquismo reservaba el derecho a parar las tiradas si creía que una obra era ofensiva. Los editores siguieron mostrando los libros para no imprimir uno y luego ver cómo se paralizaba. En esos años, se siguieron censurando muchas obras”, recuerda Xavier Ayén, autor de Aquellos años del boom.

Pese al franquismo, la audacia de las editoriales permitió que muchas novelas tachadas entrasen de contrabando. Miguel Visor, distribuidor y librero desde 1959, rememora cómo colocaban los libros prohibidos en la parte baja de las cajas de importación, ocultas por obras sí permitidas: “No había librería que no tuviera una sección pirata. Estas novelas las teníamos escondidas y las vendíamos a gente de confianza”.

Los censores no molestaron, en cambio, a García Márquez. Su primer libro en España fue La mala hora, en 1962, pero no sería hasta la publicación en 1967 de Cien años de soledad cuando se editaría en amplias tiradas. En 1969, Círculo de Lectores solicitó publicar 5.000 volúmenes de la novela debido a “la premura con que los clientes” pedían más ejemplares.

cien

El censor señaló en su informe que la historia de los Buendía no suponía problema político ni ideológico alguno, aunque “moralmente, presenta un ambiente en el que predomina la inmoralidad”. El censor identificado como Lector 21, que ya había prohibido Las buenas conciencias, de Carlos Fuentes, autorizó su edición y escribió: “Como novela, muy buena”. Solo Jorge Luis Borges recibiría una aceptación tan incondicional: El Aleph pasó en 1969, dos décadas después de su publicación original, sin objeciones, y su autor fue considerado por la censura como “uno de los más grandes líricos de la lengua española”.

La ciudad y los perros salió en España en 1963 solo tras la mediación de José María Valverde, jurado del premio Biblioteca Breve, que el libro de Vargas Llosa ganó en 1962, la del propio autor y la lectura de Robles Piquer. El autor corrigió los ocho párrafos señalados por la censura sin dejar de defender la libertad creadora. En una carta al funcionario del régimen, escribió: “Esto en nada modifica mi oposición de principio a la censura. […] La creación literaria debe ser un acto eminentemente libre, sin otras limitaciones que las que le dictan al escritor sus propias convicciones”.

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*Publicado por El País de Madrid.