Francisco ya es un líder mundial que influye en acontecimientos políticos que no pertenecen al cerrado ámbito de la doctrina católica y el Vaticano. Podría haberse refugiado en la religión y protagonizado un papado ajeno a los movimientos geopolíticos que están transformando al Planeta en un inédito campo de batalla. Sin embargo, Francisco entendió la actual coyuntura y asumió un protagonismo global que aún no es valorizado en el sistema político de la Argentina, obsesionado por transformar a Santa Marta en una versión moderna de Puerta de Hierro.
Estuve tres días en Armenia siguiendo la histórica visita del Papa. No olvidó su papel de líder religioso, pero su dimensión de jefe de Estado sobresalió por encima del protocolo y la liturgia católica. Cuestionó a las grandes potencias, al complejo militar-industrial, al escaso compromiso multilateral para resolver la crisis de los refugiados y a Turquía y Azerbaiyán por negar el genocidio ejecutado por el Imperio Otomano contra el pueblo armenio.
Francisco posee una ventaja política frente a sus interlocutores de las grandes potencias: no tiene que rendir cuentas en cada elección y tampoco tiene límite temporal para ejercer el poder. Sin embargo, no se aprovecha de su hándicap institucional y juega su imprescriptibilidad política a favor de causas globales que muchas veces estuvieron alejadas del interés permanente del Vaticano. Cuando Juan Pablo ll operó contra la Unión Soviética, su intención era fundamentalmente religiosa. Se alió con Ronald Reagan para terminar con la Guerra Fría y relanzar la fe católica detrás del Muro de Berlín. Pero no expurgó las cuentas del Banco Vaticano, no condenó a todos los pederastas y persiguió a los sacerdotes que creían en la Teología de la Liberación. Francisco hizo lo contrario. Y aún más: se atrevió a proponer una reforma de la doctrina religiosa, enfrentó a la Curia Romana y modificó la estructura burocrática del Vaticano para que funcionara acordé al siglo XXI.
El Papa ratificó en Armenia que es un líder religioso que satisface a sus fieles. He visto en la Plaza de la República de Ereván como conmovía con su prédica y su verbo, tocando el alma de la gente con un discurso asentado en valores ecuménicos y hechos cotidianos. El sábado 25, frente a 30.000 personas, exigió que terminara la presión económica y política de Turquía y Azerbaiyán contra Armenia, e instó a la paz definitiva entre los vecinos regionales. A pocos metros del Papa, sin exhibir un solo gesto, estaba el presidente Serzh Sargsián. Francisco, en ese simple acto, lo descolocó para siempre. Se sabe que las relaciones exteriores son una actividad que hacen los jefes de Estado y no los líderes religiosos que están por allí en gira pastoral.
El Papa influyó en el proceso de paz entre Colombia y las FARC, participó en las negociaciones que sirvieron para descongelar las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, evitó una guerra ordenada desde Washington hacia Siria y pelea a favor de los refugiados. Sin duda, su agenda geopolítica lo transformó en un peregrino que carga sobre sus hombros un modelo fast track de Naciones Unidas. Sé que Francisco está jugando a la vez en varios tableros políticos y ahora se sumó el Brexit y la posibilidad de Donald Trump como sucesor de su amigo Barack Obama.
Entonces, ante semejante protagonista de la arena internacional, no se entienden los enfrentamientos políticos y mediáticos que provoca en la Argentina. Francisco aparece en los medios y en las tertulias políticas como un blanco móvil, como un factor oscuro del poder local que pretende exorcizar a Cristina y condenar a Mauricio Macri.
Antes de regresar a Roma, pude encontrarme con un miembro de la delegación vaticana. Hablamos de la gira por Armenia y también de la relación del Presidente con Francisco. Estaba preocupado por la próxima visita de Macri a Roma, prevista para el próximo 16 de octubre.
«Consejo: que lo llame, que hable, que le cuente qué está haciendo; que se abra, que se olvide de los intermediarios y que calle a sus asesores que creen que saben del Papa», me dijo con franqueza pastoral.
–¿Y con eso alcanza?–, repliqué.
–Con eso avanzamos… Mucho.
–¿Y por qué no lo llama el Papa…?
–Al Vaticano, llaman Obama, Putin, Merkel, Maduro, Castro, Banki moon, y nadie cree que esa llamada es una debilidad política–, me contestó con paciencia franciscana.
Después me regaló una estampita del Papa, saludó y se perdió por los jardines de Etchmiazin, la primera catedral del cristianismo. Había terminado la misa y Francisco se dirigía al monasterio de Khor-Virap, su última actividad religiosa en Armenia. Khor-Virap está a escasos kilómetros de la frontera con Turquía, un Estado que maneja a Azerbaiyán a la distancia y que el Papa visitará en los próximos meses.
Desde allí, Francisco soltó una paloma que voló hacia la dirección de Estambul. Se ha propuesto alcanzar la paz en la región y aplacar el apetito infinito de los traficantes de armas que sobrevuelan el Cáucaso.
Ya en Roma, no tendrá problemas en levantar el teléfono. Siempre le ha gustado hablar en español, después de una gira plagada de traductores que a veces no entienden el significado de sus palabras y sus gestos.
* Publicado en El Cronista.