Por Luis Doncel
Hacía tiempo que estaba en el aire. Alemania —al contrario que Francia, Bélgica, Estados Unidos y tantísimos otros países— no había sufrido en los últimos meses un ataque terrorista de envergadura. Y en la misma semana, dos ciudades del Estado de Baviera, casualidad o no, han sufrido sendos atentados que han despertado los peores temores de la población. Las autoridades no descartan ninguna hipótesis, ni la del islamismo ni la de la extrema derecha.
Los responsables gubernamentales, policiales y de los servicios secretos se movían en la esquizofrenia de no querer alarmar a la población y reconocer al mismo tiempo que el peligro estaba ahí, y que la pregunta no era tanto si Alemania iba a sufrir un zarpazo terrorista, sino más bien cuándo y cómo. Y esta semana explotó.
Primero el lunes, cuando un refugiado que parecía un modelo de integración —prácticas en una panadería y recién aterrizado en una familia de acogida—agredió a hachazos a una familia china en un tren y a una mujer en la calle. Dos de ellos se debaten entre la vida y la muerta.
La tragedia tenía también repercusiones políticas: el joven había llegado en la oleada migratoria que la canciller Angela Merkel no pudo, o no quiso, rechazar. Y ahora Múnich. En la confusión del viernes era muy pronto para buscar certezas o autorías. La policía de la ciudad decía el viernes no tener por el momento ningún indicio islamista.
“No descartamos por ahora ningún hipótesis, tampoco la del islamismo. Pero no hay nada claro y pido respeto a la confidencialidad de las investigaciones para no dañar sus posibilidades de éxito”, dijo poco antes de las once de la noche Peter Altmeier, ministro de la Cancillería y uno de los más estrechos colaboradores de Merkel.
La policía investiga la autenticidad de un vídeo en el que el que el que parece ser el autor grita “soy alemán”. Los expertos antiterroristas se preguntaban anoche si esta podría ser la prueba de que el atentado fuera obra de ultraderechistas. En un país en el que los ataques a centros de refugiados se han disparado en el último año y en el que el propio ministro del Interior, Thomas de Maizière, advirtió sobre la posibilidad de la aparición de un nuevo terrorismo de ultraderecha no parece descartable. En la misma ciudad de Múnich se celebra desde hace años el juicio a un miembro de NSU, un grupo neonazi que durante años ha atacado a extranjeros. Pero el modus operandi recuerda más a los yihadistas de Estado Islámico.
Los dos ataques de la semana han ocurrido en Baviera. Puede ser solo casualidad, porque lo que han mostrado los últimos meses es que los actos de terrorismo pueden ocurrir en cualquier lugar en cualquier momento. Pero los ataques en este lugar también tienen un fuerte simbolismo político. Porque el rico y conservador Estado Libre de Baviera sirvió como puerta de entrada a la gran mayoría del millón de refugiados que llegaron a Alemania el año pasado. Y también porque el jefe de Gobierno de Baviera, Horst Seehofer, es el mayor crítico a la política migratoria de Merkel. Y, pese a dirigir ambos líderes partidos en teoría hermanados, se ha convertido también en el mayor enemigo de la canciller, a la que no ha dudado en humillar cuando ha tenido ocasión.
Es muy pronto para buscar consecuencias políticas a lo ocurrido en Múnich, pero si se confirma la motivación islamista, la presión política en Alemania crecerá considerablemente. En las elecciones del próximo año, la ultraderecha no tendrá el éxito que se le pronostica al Frente Nacional francés. Pero los populistas anti inmigración de Alternativa para Alemania sí tienen todas las papeletas para convertirse, según las encuestas de los últimos meses, en el tercer o cuarto partido del país.
El despliegue policial era colosal. Se ha echado mano de la fuerza antiterrorista. La idea de que en medio de Múnich deambulaban tres personas dispuestas a matar a quien se encontraran por delante resultaba escalofriante.
*Publicada en El País de Madrid.