Cristina está pagando su ignorancia sobre política internacional: pensó que ella sola, al margen de Occidente, podía cerrar un acuerdo con Irán para enterrar las consecuencias jurídicas del ataque terrorista a la AMIA. En Teheran había un plan para manipular al gobierno argentino, y lo único que pretendía era que Interpol cancelara las órdenes de captura contra ciertos cuadros de la Revolución Islámica que habían participado en la masacre del 18 de julio de 1994. CFK avanzó pese a las señales en contra y ahora enfrenta cuatro causas penales vinculadas al Memo con Irán y al asesinato del fiscal federal Alberto Nisman.
Todavía no hay evidencia que permita probar que Cristina, su canciller Héctor Timerman y un grupo de cuadros kirchneristas trabajaron en el acuerdo con Irán a cambio de una recompensa económica. Y tampoco hay indicios que puedan sostener la acusación de traición a la patria, pero la expresidente deberá lidiar con esos expedientes que tramitan bajo la voluntad de Claudio Bonadio. Este juez federal odia a CFK y tiene una capacidad innata para obtener evidencia cuando se lo propone.
Las otras dos causas están en manos del Juez Julián Ercolini y del fiscal Eduardo Taiano. Una es por el asesinato a sangre fría de Nisman y otra por el encubrimiento del caso criminal. Hasta hora, solo desde la lógica conspirativa se puede vincular la ejecución del fiscal con la expresidente. Nisman denuncia por encubrimiento a Cristina, y días después cae con un disparo certero en el baño de su departamento. No hay evidencia en la causa que vincule ambas oraciones del silogismo. En este caso, correlación no significa causalidad.
En cambio, Cristina tendrá complicaciones procesales respecto a la causa de encubrimiento, que Ercolini maneja directamente. CFK pretendía que el asesinato de Nisman fuera un suicidio y presuntamente ordenó a todo el aparato de seguridad e inteligencia que se moviera en esa dirección. Además, accedió a información clasificada muy importante para el expediente que no entregó a la justicia federal, y que le llegaba directamente del general César Milani, en ese momento a cargo del Ejército.
Por ejemplo, este general acusado de cometer crímenes de lesa humanidad sabía que hubo un importante tráfico de llamadas telefónicas antes de conocerse oficialmente que el fiscal estaba muerto, y nunca se presentó en los tribunales para aportar la información. Debió hacerlo: era funcionario y tenía la carga pública. Milani sólo respondía a las órdenes de Cristina.
Cristina juega su última carta en las elecciones de octubre. Y tiene una pelea a muerte con la imagen de Nisman. Su prestigio en el exterior ya es polvo. y su imagen local sólo existe en la tercera sección del conurbano bonaerense. Nunca ocurrió que una expresidente sea investigado por el asesinato de un fiscal federal. Y menos todavía por traición a la patria y encubrimiento de un ataque terrorista.
CFK puede alegar que todo es una operación política montada por la familia judicial. Pero las causas existen, y los jueces y fiscales también. Cuando sea citada a declarar por la denuncia de Nisman, terminará de asumir que el resto de su vida pública sólo será explicar qué hizo durante ocho años en la Casa Rosada.