A fines de 1975, ya había olor a dictadura militar, y los presos políticos desbordaban las celdas de la cárcel de Devoto. Antes de Nochebuena, era una tradición militante encontrarse en la madrugada y salir a pintar los paredones del barrio con brocha gorda. La consigna era Navidad Sin Presos Políticos, con mayúsculas y con terror de toparse con un patrullero o un Falcón que merodeara la Plaza de Ramos Mejía o las calles cercanas a la estación de tren Sarmiento.
Frente a estos recuerdos, fue una obscenidad política que Máximo Kirchner apareciera en la Cámara de Diputados flanqueado por un cartel que decía Navidad sin presos políticos. Los presos que defiende Máximo, no son presos políticos. Son políticos o empresarios que participaron de un sistema de corrupción que se montó cuando Néstor y Cristina Kirchner –sus padres– ocuparon la Casa Rosada. Los 21 presos comunes que trabajaban para Néstor y Cristina, ahora están detenidos en Ezeiza y Marcos Paz, no son militantes ni dirigentes. Son presuntos corruptos o encubridores del ataque a la AMIA, que tarde o temprano pagarán por sus delitos.
Antes de Nochebuena, nosotros pintábamos por los militantes presos, que pasarían la Navidad en Devoto. Todos eran honestos y soñaban con un mundo mejor. En esa época, como ahora, los chorros juraban que eran inocentes.