No comienzan las clases en la Provincia de Buenos Aires. Y es el fracaso de la política. Era obvio que los docentes bonaerenses no aceptarían una propuesta salarial que no contemplara los cálculos de inflación para 2018. Y también era esperado que un sindicato liderado por gremialistas cercanos a Cristina planteara una negociación paritaria que pusiera contra las cuerdas a la gobernadora María Eugenia Vidal. Es un guión ejecutado de memoria con una víctima recurrente: los chicos que no tendrán clases.
Tarde o temprano, las dos sectores en pugna sellarán un acuerdo económico. Sin embargo, ese acuerdo no incluirá determinados desajustes en la educación que ya son evidentes. Los estudiantes de clases medias o justo por encima de los niveles de pobreza decidieron emigrar desde la escuela pública a la privada. Y los alumnos que integran familias pobres con determinados planes sociales terminan la escuela con un nivel académico que apenas les sirve para enfrentar los desafíos tecnológicos en el ámbito laboral. Los chicos desposeídos que van a colegios públicos del conurbano tienen dificultades para entender un texto y pocos saben cómo razonar ante una ecuación matemática.
El sindicalista Baradel y ciertos aliados de otras agrupaciones gremiales cuestionan la decisión de la gobernadora Vidal de beneficiar con un plus salarial a los docentes que no faltan a clase. Consideran que es un recurso estigmatizante para los docentes y sostienen que la única vía de acuerdo es a través de un aumento salarial que incluya una clausula gatillo. A propósito, Baradel mezcla las barajas: no hay dudas que los maestros deben ganar por encima de la inflación, pero eso no obsta a debatir la ausencia de los docentes y su impacto en la educación de los chicos.
Hay miles de maestros que saltan de micro en micro para llegar a sus clases e impartir la educación. Esos docentes quedan exhaustos y con menguante capacidad y voluntad para impartir una educación ajustada al siglo XXI. Y a esta compleja situación personal –aumentar las horas de clases para llegar a fin de mes–, se debe añadir que los niveles de capacitación no siempre empatan con las necesidades de un alumno que estudia en 2018. Cuando los chicos dejen las aulas, habrán aprendido conceptos que ya serán vetustos y obsoletos.
Es un cliché, pero cierto: a mediados del siglo XXI, habrá trabajos que hoy todavía pertenecen al genero de la ciencia ficción. Y esos trabajos serán ocupados por aquellos que –minimamente– han obtenido una educación moderna y profunda. Esa educación aparece con recurrencia en las escuelas privadas y es una excepción en los colegios públicos.
Otra vez van a pagar los chicos pobres del conurbano, como ya lo hicieron sus abuelos y sus padres. Para ellos, la noria no dejara de girar en sentido contrario a sus sueños.