Lionel Messi construyó su liderazgo global jugando en el Barcelona, un equipo compensado que responde a las autoridades de un club que sabe manejar el poder y el ego de sus estrellas. Messi tiene un liderazgo funcional, legado por el Barcelona hasta que decida retirarse. Es líder si juega bien y mete goles, pero no baja línea, no tiene discurso épico y carece de plan alternativo frente a un adversario superior. En estos casos, Messi pierde sus atributos de conducción y abandona el escenario. Los tres goles de Croacia prueban este axioma, que dejaron a la selección al borde de un complejo fracaso deportivo.

Sampaoli es un cachivache que escaló por la crisis de la AFA. El director técnico de la Selección aceptó que Messi y Mascherano armaran su equipo y creyó que esa decisión táctica lo llevaba al Olimpo junto a Menotti y Bilardo. Pero Messi y Mascherano fracasaron y ahora Sampaoli es un ficción del poder que agoniza sin gloria ni fanfarria.

Chiqui Tapia es una figura relevante del Clan Moyano, y por ahora trabaja como presidente de la AFA. La crisis de la selección en Rusia excede su capacidad intelectual y se sabe que la lógica del piquete camionero no puede cambiar la psicología de Messi ni atenuar la mediocridad de Sampaoli.

La selección tiene su historia. Y en la camiseta se exhiben sus dos estrellas doradas. La selección es un sentimiento que Messi, Sampaoli y Tapia aún no pudieron proyectar en el tiempo. A Messi lo necesitamos, pero como el mejor jugador del mundo. Sin los goles de Messi, quedamos a merced de Sampaoli y Tapia. Y si eso sucede, nuestros sueños y nuestras cábalas, ya no servirán para nada.