Mientras la economía sigue en rojo, el peronismo junta sus partes con la obvia intención de regresar a la Casa Rosada. Cristina Kirchner odia a Felipe Solá por sus cuestionamientos políticos. Y Felipe Solá odia a CFK por su autoritarismo y sus flexibles códigos éticos. Sin embargo, Cristina y Solá conocen la lógica del poder, huelen sangre en el agua y asumen que la unión partidaria puede implicar la derrota de Mauricio Macri.

Cristina tiene 30 por ciento de intención de voto, pese a la sistemática corrupción de su gobierno y los resultados de su plan económico. Roberto Lavagna duda, Sergio Massa  no despega y el resto de los precandidatos –Pichetto, Urtubey, Rossi– miden migajas. Por eso, CFK acerca a las partes y promete cuotas de poder y mejor trato si regresa a Balcarce 50. Hasta las PASO para elegir las fórmulas presidenciales, el peronismo va a arrollar en la mayoría de los comicios provinciales, y en ese peronismo tiene peso propio CFK.

Mientras Cristina reúne a las partes en conflicto, Macri enfrente una rebelión de los radicales que pretenden mayor espacio político en la coalición gobernante. El presidente se resiste a abrir su gabinete y eso le suma a la estrategia electoral de CFK y sus coyunturales aliados partidarios. En medio de la batalla electoral, una interna entre el Pro y la UCR sólo beneficia al kirchnerismo.

Con las encuestas de hoy, si el domingo hubiera elecciones de primera vuelta, CFK derrotaría a Macri. Y los dos irían al balotaje.