Durante años ejercieron un poder oculto, más allá de los códigos y la investidura. Podían acelerar una causa, frenar un expediente, aumentar su patrimonio y esquivar las acusaciones en el Consejo de la Magistratura. Eran capaces de recibir al contador del Presidente para después cerrar sus causas por enriquecimiento ilícito, comprar una 4×4 que no entraba en su nuevo garaje de su nuevo piso en Libertador, o aprovechar los contactos con los servicios de inteligencia para sumar poder y liquido fungible.
Germán Garavano, ministro de Justicia, desea romper esta trama de oscura rosca y propone crear un nuevo fuero para delitos complejos. Si su proyecto prospera, viejas glorias judiciales que respondieron a Carlos Menem, Fernando de la Rúa, Eduardo Duhalde y al matrimonio Kirchner pasaran a retiro y podrán recibir su merecido. Pero el ministro Garavano enfrenta un poder colosal que soporta sus embates y no duda en vaciar los actos oficiales convocados para anunciar transformaciones en el Poder Judicial.
Si el fuero federal porteño no es purgado, la democracia continuará a merced de las operaciones que se tejen en juzgados, despachos de inteligencia y bufetes de abogados. La ley jamás tendrá imperio y el castigo sólo se ejecutará contra los perejiles. Una película que se pasa todos los días en los tribunales de Comodoro Py, a treinta cuadras de la Casa Rosada.
Garavano debe involucrar a la Corte Suprema y a los legisladores que resisten la trama de poder que se teje en el Poder Judicial. Le queda poco tiempo. La contraofensiva de los federales es inminente, y tienen suficiente tropa para llenar la Bombonera.