Si Alberto Fernández derrota a Mauricio Macri en los comicios del 27 de octubre, no tendrá otra alternativa política que negociar con el Fondo Monetario Internacional (FMI), que aspira a recuperar sus 57.000 millones de dólares y a no perder influencia en la economía nacional. Fernández no tiene margen de maniobra y aún no aceptó en público que la pulseada con los bonistas en épocas de Néstor Kirchner no tiene punto de comparación con el poder global que tiene el FMI frente a la Argentina en virtual bancarrota.
El gobierno de Mauricio Macri fracasó en su plan económico y firmó con el FMI un acuerdo que es de imposible cumplimiento. Fernández -si vence en octubre- hereda este problema institucional y sólo tiene dos opciones: anuncia un default o transforma el Standby Agreement cerrado por Macri en un nuevo acuerdo bajo la forma de Crédito de Facilidades Extendidas, que es un instrumento financiero del FMI que implica más ajuste a cambio de más plazo para pagar los 57.000 millones de dólares.
El FMI aguarda que Fernández viaje a su sede central, si se convierte en presidente electo. Está en Washington, a pocas cuadras de la Casa Blanca. A Fernández lo esperan en noviembre. Tendrá que ir abrigado: a esa altura del año, ya hace frío en DC.