Cristina Fernández maneja la Cámara de Senadores a gusto y piacere. Sólo se tratan los temas que ella quiere, y la oposición participa como puede. A la distancia, o con escasa presencia en el recinto de sesiones. CFK manda. Y el resto se pliega o protesta frente a los palcos vacíos.
En Diputados, la convivencia era otra. Sergio Massa debía negociar con el interbloque de Juntos por el Cambio, y además pesaba su relación personal con Cristian Ritondo, jefe de la bancada del PRO. Pero Máximo Kirchner repitió la estrategia de su mamá y todo se rompió. Ya no hay una agenda común, y puede ocurrir que las sesiones queden suspendidas hasta nuevo aviso.
El oficialismo tiene pendiente la Reforma Judicial, la Movilidad Jubilatoria, el Presupuesto Nacional y la ley de Impuesto a las Grandes Fortunas. Esas iniciativas no pueden aprobarse sin debate parlamentario y sin participación de los bloques opositores. En eso coinciden Alberto Fernández, Massa y los líderes de Juntos por el Cambio.
La democracia es una ficción institucional sin Congreso, o con dos Congresos. Puede ocurrir que el martes próximo, cuando Massa convoque a labor parlamentaria, la situación política vuelva a encarrilarse. Diputados no debería parecerse al Senado. Tienen distinta lógica y distinta mirada sobre el poder.