El 30 de marzo de 1982, una marcha popular puso contra las cuerdas al régimen militar. Entonces, Leopoldo Fortunato Galtieri decidió fugar para adelante y ordenó recuperar las Islas Malvinas. La última aventura política del Proceso Reorganización Nacional apoyada en un sentimiento legítimo y un derecho internacional a prueba de disputas geopolíticas.
Galtieri fue a la guerra contra Inglaterra y su principal aliado global: Estados Unidos. Ronald Reagan no dudó en apoyar a Margaret Thatcher, y al dictador argentino se le quemaron sus papeles. Galtieri siempre creyó que la Casa Blanca avalaría su falso movimiento político porque decenas de torturadores argentinos estaban a disposición de la CIA para enfrentar a los movimientos armados que sostenían la revolución en Nicaragua y el Salvador.
Esa ficción estratégica del general alcohólico, apoyado por los medios de comunicación, el establishment local y la mayoría de los partidos políticos, llevó a la muerte a cientos de soldados que apenas rozaban los 20 años, no tenían entrenamiento militar y comían lo que podían en el campo de batalla.
Ese fue el Crimen de Guerra de la Junta Militar. Pibes que tenían un sueño en el corazón y recién empezaban a vivir.
Están enterrados en las Islas Malvinas. Jamás regresaron al barrio, al potrero, al metegol. Fueron carne de cañón.