La dictadura militar agonizaba y ejecutó una masacre generacional para fugar hacia adelante y condicionar una probable transición democrática. Apeló al sentimiento nacional, a una causa imposible de cuestionar: la recuperación de las Islas Malvinas, en manos del Reino Unido.
El general Leopoldo Fortunato Galtieri creyó que Estados Unidos avalaría a la Argentina en su aventura militar, y obvió todos los consejos diplomáticos que llegaron a su despacho en la Casa Rosada. El dictador era ignorante y trazó una ecuación geopolítica que sólo podía sostener su curda habitual.
Al margen de la Junta Militar, controlada por corruptos y asesinos, miles de soldados, suboficiales y oficiales marcharon hasta el Atlántico Sur para defender la bandera, la soberanía y el orgullo de un país que estaba apresado en las sombras.
La Guerra de Malvinas fue una tarea heroica, una faena imposible que causó una cicatriz infinita.
Muchos pibes no volvieron, y los que pudieron, aún tiemblan de noche recordando el frío, la hambruna y el ruido de las bombas al caer.
La miseria de Galtieri y su banda de asesinos -aún muertos y sepultados- jamás podrán resarcir el dolor causado.
Jamás.