Donald Trump impuso aranceles extraordinarios a todos los bienes que se exportan a los Estados Unidos. No importa si llegan desde China, Europa, Japón o America Latina. El líder republicano considera que es su mejor estrategia de presión para lograr que miles de empresas extranjeras se instalen en territorio propio, creen nuevos puestos de trabajo y reduzcan los precios internos para multiplicar el consumo popular.
No hay certeza posible para los cálculos personales de Trump. China y Europa no aceptarán la iniciativa del presidente de Estados Unidos, y es muy probable que su réplica derive en el comienzo de una guerra comercial inédita. El mundo está hiper conectado: una pieza fabricada en Beijing completará un celular que se vende hasta el infinito.
Si Trump impone un arancel extraordinario a China, ese celular tendrá otro precio, bajarán las ventas y la economía mundial empezará a crujir. Pero hasta ahora, la Casa Blanca no ha mostrado interés en revisar su hoja de ruta. Al contrario, no se descarta en Washington que se incrementen los gravámenes sobre los bienes exportables chinos.
El Presidente de los Estados Unidos inició un conflicto que tiene del otro lado a China y Europa. Hace ya mucho tiempo que el Salón Oval ha dejado de fijar todas las reglas en el sistema internacional de comercio.
A Trump, no le importa.