Una ataque coordinado al Palacio del Planalto, a la Corte Suprema y al Parlamento puso en jaque al gobierno democrático de Lula da Silva. Las hordas de derecha que responden al expresidente Jair Bolsonaro tuvieron respaldo de las fuerzas de seguridad de Brasilia, que permanecieron inmóviles cuando sucedió el ataque directo a los tres poderes de Brasil.
Bolsonaro aseguró que no tenía responsabilidad sobre las bandas facciosas que coreaban su nombre, y se recluyó en un departamento que ocupa en Miami. El exjefe de Estado jamás reconoció su derrota ante Lula y se negó a participar de la ceremonia de traspaso del mando.
Lula ha recibido por estas horas la solidaridad de los principales líderes del mundo y ordenó el avance de las fuerzas federales para recuperar los edificios icónicos de la democracia brasileña y capturar a todos los implicados en el intento de golpe de Estado.
El presidente de Brasil está en control de la situación, pero sabe que los rebeldes no son un puñado de inconscientes que avanzaron sobre su despacho en el Palacio del Planalto. Bolsonaro obtuvo millones de votos, y su voz aún es escuchada entre sectores masivos de la población que rechazan la llegada de Lula al poder.
Lula enfrentó su primera crisis de gobierno a siete días de jurar como sucesor de Bolsonaro. Un hecho inédito en la historia de Brasil que se puede convertir en recurrente a causa de las diferencias ideológicas que existen en una sociedad atravesada por la crisis económica y el desencanto político.