La frase encierra un problema político que va más allá de su origen, contenido, contexto, impacto mediático o costo intangible en la agenda exterior.
No hubo un sólo funcionario cercano a Alberto Fernández -ministro, secretario, diputado, intendente, gobernador, embajador o asistente- que se plantara y le describiera la profundidad de su error al sostener “que los mexicanos salieron de los indios, los brasileños salieron de la selva, pero nosotros, los argentinos, llegamos en los barcos de Europa».
Aún más, al día siguiente, el Presidente continuó con su propia defensa a través de las redes sociales. A esa altura de los acontecimientos, su imagen internacional estaba escorada y los diarios del planeta -De Algeciras a Estambul- referían su inasible perspectiva de la evolución histórica de México, Brasil y Argentina.
En la intimidad de Olivos y la Casa Rosada, nadie cuestiona al jefe de Estado. Y pocos le explican que las comparencias públicas deben estar guionadas. No se trata asfixiar la espontaneidad política: sólo se busca que la capacidad oratoria no transforme las palabras en un vodevil institucional.
El Presidente ejerce el poder. Pero sus asesores de confianza deben asesor. Esa es su función, aunque corran peligro de caer en desgracia.
Si no lo hacen, son entorno. O corte. Una tarea aciaga que la Historia jamás reconoció.