Hipótesis de trabajo: una empresa privada que diseña sistemas de defensa y ataque en la web, es contratada para proteger a una compañía que distribuye energía alrededor del planeta. El directorio de esa empresa está bajo fuego tecnológico desde hace meses y necesita gatillar una replica que preserve sus activos, su flujo financiero y su cotización en la bolsa de New York. El programa cibernético es secreto, fue vendido en millones de dólares y termina con la acción despiadada de la peste digital que se propalaba a través de la web mundial. Un éxito de los chicos buenos versus la voracidad de los chicos malos que operan detrás bites, algoritmos e inteligencia artificial.
Pero el programa adquirido por la compañía que distribuye energía para defender sus actividades comerciales causó una crisis diplomática entre dos potencias que estaban buscando una salida razonable a un conflicto centenario. La defensa y el ataque cibernético contra su enemigo oculto paralizaron la actividad de todos los quirófanos de la potencia ajena a las actividades del pirata cibernético que pretendía apropiarse de los secretos de la empresa energética atacada. La caída de los quirófanos implicó la muerte de cien pacientes que nunca sabrán que la tecnología terminó con sus sueños y su futuro.
La noticia del ataque cibernético y la muerte súbita de los cien pacientes gatillo una crisis de política nacional que obligó al presidente de la potencia atacada a diseñar una réplica que permita evitar su eventual renuncia al cargo y atenuar el desprestigio internacional de su país frente a la debilidad exhibida ante una ofensiva tecnológica ejecutada por una empresa privada que sólo pretendía defender sus bienes y su cotización en la bolsa de New York.
La réplica diseñada significó causar una paralización del sistema de transporte de la potencia que utiliza los servicios de la compañía de energía que había pagado un sistema de defensa tecnológica para detener la ofensiva contra sus activos y sus secretos. Esa réplica causó una ola de protestas por la ausencia de transporte que derivó en la muerte de cien pasajeros que fueron reprimidos por las fuerzas de seguridad. El caos fue una peste que inició una crisis política que tambaleó al primer ministro del país atacado porque una de sus empresas privadas había decidido defenderse de ciertos piratas informáticos.
Conclusión de la hipótesis: el ataque y la defensa ejecutada por empresas que compran sistemas de seguridad informática para enfrentar amenazas cibernéticas no tienen normas que regulen su ejercicio a nivel doméstico e internacional. Es decir, un CEO paga millones por un programa y sin control del estado gatilla un arma con capacidad de hacer mucho daño a personas y bienes. El CEO ejerce su poder ilimitado y aprovecha el vació legal para actuar como un vengador anónimo.
La revolución tecnológica nos regresa al pasado, al Estado de la Naturaleza. El más fuerte, sin intermediación de gobiernos o autoridades globales, abandona la caverna, entierra la Paz de Westfalia y dinamita la lógica del estado moderno. Con un programa cibernético, el CEO de una compañía atacada tiene capacidad para causar un conflicto internacional.
La modernidad implica que todas las cosas que usamos en nuestra vida cotidiana estarán conectadas. Y todos los recursos de un estado moderno (bienes y servicios) también estarán conectados. La conexión de estos dos mundos significa que podemos ser un blanco móvil de otros estados, compañías privadas o facciones terroristas que deciden atacarnos para proteger o incrementar sus propios intereses. Y sin reglas de juego explícitas y coordinadas a nivel global, cualquier ataque y defensa es posible. Aún no hay sanción para los jugadores modernos del Estado de la Naturaleza.
Un bite elevado a la enésima potencia, puede matar como una bomba nuclear. La distopía no es sólo un concepto ideológico. En algún momento, cercano o lejano, podría estar al alcance de un dedo que aprieta la tecla Enter.
