El coronavirus alista su ofensiva contra el conurbano bonaerense. No solo complicará la vida cotidiana y la capacidad de acceder a un changa o un trabajo informal, sino que además causará dolor por la ausencia de Estado ante un enemigo invisible que no perdona. Como siempre sucede en las crisis globales: pagan los más débiles.

A las fallas estructurales (cloacas, agua corriente, asfalto), se sumará la imposibilidad de cumplir la cuarentena obligatoria en las mejores condiciones. El hacinamiento es una condición natural del conurbano, y la cuarentena será una prueba más de vida en un rancho de 30 metros con techo de chapa y una cortina que separa la cocina del cuarto común.

El coronavirus on su futura carga trágica servirá para desnudar a los intendentes de turno. El peronismo gobierna La Matanza desde hace 35 años. Y allí nada cambio: igual que en San Isidro o Quilmes, que tuvieron intendentes de otras agrupaciones políticas. No hicieron nada para acotar la pobreza estructural y poner al conurbano en el siglo XXI.

En estas horas, se sostiene que el mundo cambio para siempre. Es una falacia. No asume que el conurbano vio la llegada de Perón desde la misma calle de barro que ahora observa a la Plaza de Mayo con poca luz y sin gente.