((Columna publicada en El Cronista). El instinto de supervivencia de los jueces federales enterró las escasas posibilidades que tenía Cristina Fernández para regresar al centro del escenario político. Los magistrados desempolvaron viejos expedientes que escondían flagrantes casos de corrupción, y frente a la evidencia acumulada CFK puede hacer muy poco desde una cuenta de Twitter. La oposición a Mauricio Macri busca líderes honestos y transparentes, dos condiciones democráticas que Cristina y sus buenos muchachos hace ya mucho tiempo que no detentan.
Los golpes de estado permitían que ciertos políticos desprestigiados regresaran al poder exhibiendo su condición de perseguidos. Esa persecución ideológica –repudiable, por supuesto–, escondía los hechos del pasado y permitía al renacido ocupar puestos expectantes en la nueva etapa institucional. No importaba si habían conspirado a favor del régimen triunfante y menos aún si se habían quedado con un vuelto que pertenecía a los fondos públicos.
La continuidad del sistema democrático y la capacidad de los jueces federales para asegurar su sitio en Comodoro Py, dejan a Cristina sin posibilidades de recuperar su fortaleza política. La expresidente no puede esconder su pasado entre los pliegues de una asonada militar, y las causas en su contra se acumulan sin pausa ni respiro.
CFK pensaba que podía forzar un realineamiento político apuntalado sobre el ajuste económico del gobierno, la aparición de los Panamá Papers y la apuesta al dólar futuro que hicieron amigos y funcionarios de Macri. Pero esa táctica de corto plazo sólo sirvió para exhibir la fractura del justicialismo. Cristina se quedó con la Cámpora, mientras que los conocidos barones del partido (gobernadores, legisladores, intendentes, excandidatos a presidente) pelean por la representación mayoritaria del peronismo.
Macri también hace lo suyo para enterrar a CFK. Cada vez que puede enumera la herencia recibida por la administración anterior, y cuando tiene espacio político suma a la oposición para demostrar su vocación de diálogo institucional. El Presidente ya aplicó ese método en Davos y Roma, y esta semana repetirá cuando Sergio Massa y Margarita Stolbizer acompañen a la canciller Susana Malcorra en un debate sobre drogas y lavado de dinero que se hará en Naciones Unidas.
La secuencia política es fácil de predecir y observar. CFK, sus exfuncionarios y actuales socios deberán visitar los tribunales todos los días para dar cuenta de sus actos, mientras que la oposición política al gobierno quedará representada por dirigentes honestos que denunciaron múltiples hechos de corrupción.
Stolbizer aparecerá entrando al impactante edificio de Naciones Unidas en New York, para participar de un debate sobre la eficacia del combate contra las drogas y el blanqueo de dólares sucios, en tanto que en el juzgado de María Romilda Servini de Cubría se ajusta la evidencia para citar a Aníbal Fernández como imputado en la causa de la efedrina.
La sociedad entendió que su defensa institucional no puede ser ejercida por líderes que se apropian del espacio público para mejorar sus ingresos patrimoniales. Ya no conmueve que un expresidente imputado por corrupción transforme su citación judicial en un acto político. La honestidad se transformó en una pieza clave cuando se exige a los dirigentes que defiendan el valor del salario ante el profundo ajuste económico.
CFK siempre pensó que haría historia. Y tiene razón. Pese a sus dos mandatos presidenciales, su legado está más cerca de los tribunales. Allí terminará su carrera política.