El líder de La Cámpora, Máximo Kirchner, luce desorientado. Su discurso político es repetitivo, se apalanca en viejas categorías de análisis, y exhibe un desamparo básico: no formó a nuevos cuadros que puedan sucederlo en una organización vertical que ya no crece en los barrios y en las universidades.
Néstor Kirchner tenía una lógica de poder y una perspectiva de la Argentina y el mundo que seducía a los jóvenes, pero ese proceso de captación interna concluyó durante el segundo mandato de Cristina Fernández de Kirchner. A partir de ese momento, los jóvenes con sueños políticos se alejaron de los partidos tradicionales -desencantados con el sistema democrático- e ingresaron en una anomia institucional que, por derecha, rompió Javier Milei en los últimos dos años.
La Cámpora y Máximo están en una crisis de identidad que los pone cerca de mutar hacia el concepto de patrulla perdida. Cristina no es candidata a Presidente, su aparato no puede lograr que Alberto Fernández desista de pujar por su reelección, y la disputa en la integración en las listas electivas será una batalla campal contra los intendentes del conurbano y los movimientos sociales.
Se aproxima un fin de ciclo, tras veinte años de ocupar el centro del tablero nacional.