Alberto Fernández escuchó a Pedro Sánchez, líder de España, y a Giuseppe Conte, premier italiano, y decidió aplicar una cuarentena obligatoria para evitar la tragedia que hizo su faena en Madrid y Milán. A continuación, el presidente argentino observó las decisiones tomadas por Donald Trump en Estados Unidos y Jair Bolsonaro en Brasil, y resolvió preservar el confinamiento ante la posibilidad de repetir en el conurbano, los miles de muertos que se contaron en Río de Janeiro y New York.

Este método de acercamiento a la pandemia a través de los contactos políticos y el monitoreo constante de las noticias que llegan a su celular personal, configuró la estrategia institucional de Alberto Fernández frente al daño que causa el contagio exponencial del COVID19.

El presidente optó por la salud pública y dejó a la economía en segundo lugar.

Pero a siete semanas de cuarentena obligatoria, y con un panorama económico desolador, Alberto Fernández empezó a abrir la mano con extrema cautela. El confinamiento no desaparecerá por una orden presidencial publicada en el Boletín Oficial: se trata de abrir la medida excepción a través de una hoja de ruta que preserve la contención de la pandemia y facilite la reactivación económica en toda la Argentina.

El cálculo político es fácil de explicar: la muerte es para siempre. La crisis económica, no.