Cristina Fernández ordenó demoler el acuerdo que Mauricio Macri cerró con los Fondos Buitres. Pretendía usar a los diputados y senadores justicialistas que cumplían sus órdenes a rajatabla y sin suspirar. CFK pensaba que su poder era eterno y que los legisladores eran una tropa ciega y con escasas ambiciones propias. Pero el debate parlamentario sobre los Buitres exhibe las debilidades estructurales del kirchnerismo y ya escribió el epitafio político de Cristina.
Sólo un puñado de diputados defendió una estrategia de gobierno que complicará al Estado argentino durante décadas. “Los bonistas reestructurados obtuvieron en los canjes 2005/2010, 65 dólares por cada 100 que reclamaron. Con este acuerdo, los cuatro fondos buitre más duros recibirán 520 dólares por cada cien”, describió Roberto Feletti en la cámara Baja. Es decir, confesó que la política de CFK y Axel Kicillof nos colocó en una posición de extrema debilidad que, al final de todos los procesos judiciales, significó una ganancia brutal para los buitres más pacientes.
Cristina pretendía usar el fracaso de Macri con los holdouts para mimetizar su viaje a los tribunales de Comodoro Py. Ella debe explicar la sinuosa maniobra de los dólares futuro el 13 de abril, y un día más tarde, vencen los plazos otorgados en New York para cancelar las últimas consecuencias que provocó el default ordenado por Adolfo Rodríguez Saa.
En abril, la agenda política mostrará un nuevo mapa de poder. CFK estará cerca de su primer procesamiento dictado por el juez Claudio Bonadio, los gobernadores peronistas habrán incrementado su poder interno, los bloques justicialistas aparecerán fracturados por sus múltiples disputas y el gobierno estará en una batalla frontal contra la inflación, el dólar y las tasas bancarias.
En esos días, sólo habrá una certeza: el kirchnerismo será una rémora, una sombra del pasado. Un proyecto de poder que terminó para siempre.