Nada se movía sin las ordenes de Néstor Kirchner y Cristina Fernández. Eran jefes de una organización vertical que operaba desde la Casa Rosada y ejercía su poder en el Congreso y la justicia federal. Amado Boudou cumplió instrucciones, y todavía no apareció la prueba que transforme al exvicepresidente sólo en una pieza clave de la maquinaria delictiva que pretendió quedarse con la casa de la Moneda.
Boudou avanzó sobre Ciccone respaldado por la Casa Rosada y esa lealtad fue correspondida por CFK cuando decidió nombrarlo su candidato a vicepresidente. Si el entonces ministro de Economía no hubiera aceptado las órdenes del matrimonio Kirchner, Boudou no hubiera llegado nunca a la fórmula del Frente para la Victoria. Y esa lealtad a ciegas, al margen de la ética y la moral, fue un valor político que Cristina siempre rescató del condenado en el caso Ciccone.
CFK se olvidó de Boudou. No lo fue a visitar en prisión, y ni siquiera posteó un comentario en Facebook defendiendo a su antiguo compañero político. La ex presidente –actual senadora– fatiga sus propias batallas y enfrenta sus propios fantasmas. Ya no hay dudas sobre su protagonismo en los casos de corrupción más importantes de la democracia.
Sólo falta una sentencia definitiva.