En América Latina, los países más influyentes y Estados Unidos habían optado por privilegiar al Grupo de Lima como ámbito de discusión de la agenda continental, al margen de los foros tradicionales creados en el marco de la Guerra Fría. En este contexto, la Organización de Estados Americanos (OEA), por citar el ejemplo más paradigmático, aparece como un dinosaurio encerrado en Washington.
El Grupo Lima estaba liderado por Argentina, Brasil y Colombia, que conjugaban sus decisiones políticas con la mirada propia de Donald Trump desde la Casa Blanca. Había coincidencias de fondo respecto a Venezuela, Cuba y Bolivia, pero eso no implicaba un plegamiento automático a las decisiones unilaterales que ejecutaba Trump desde DC:
Pero la derrota de Mauricio Macri frente a Alberto Fernández cambiará la lógica de funcionamiento del Grupo de Lima y le abrirá paso al Grupo de Puebla que tiene una coincidencia explícita con el presidente electo. Fernández no comparte la posición del Grupo Lima respecto a la salida de la crisis venezolana, y tampoco tiene intenciones de cruzarse con Jair Bolsonaro, dos hechos políticos que pondrán en el freezer al Grupo de Lima.
La victoria de Fernández impacta en la agenda regional y modifica las relaciones multilaterales en América Latina. El Grupo de Puebla no tiene peso institucional, pero será una referencia ideológica para Fernández. El Grupo de Lima es un foro con poder propio, pero tiene una mirada de las cosas diferente a las posiciones históricas del presidente electo.
Si no sucede nada en particular, el Grupo Lima empezará languidecer sin la presencia de la Argentina y el Grupo de Puebla comenzara a tener cada vez más influencia ideológica. Habrá momentos complejos: Trump arranca su carrera electoral en tiempos de movilizaciones masivas en Chile, Ecuador y Perú, y en el comienzo de la crisis diplomática que enfrenta a Fernández con Bolsonaro.