Durante años, Alberto Fernandez detestó a Cristina Fernández, y Cristina Fernández odió a Alberto Fernández. El exjefe de Gabinete consideraba que CFK había incendiado el legado de Néstor Kirchner y la expresidente pensaba que AF era un traidor a los conceptos básicos del kirchnerismo. Pero Fernández y Fernández son peronistas pragmáticos y extrañan el ejercicio del poder. Una actividad política que tiene la capacidad de unir a dos personas que se recelan hasta el infinito.
CFK eligió a AF como su candidato a presidente al asumir que podía ganar en las PASO, triunfar en la primera vuelta y caer derrotada en el balotaje. Cristina recordó que sucedió con Carlos Menem en 2003, y no quiso repetir esa experiencia traumática. Optó por un repliegue táctico y la decisión de autorizar y monitorear todos los movimientos estratégicos que protagonice su candidato: al fin y al cabo, los votos son de ella, y de nadie más.
Alberto Fernández se muestra conciliador, y exhibe un discurso flexible, alejado del canon kirchnerista. Necesita los votos de Alternativa Federal, que tienen pasado peronista y una desconfianza absoluta a Cristina. Sin ese apoyo político, Alberto se encontrará en la misma encrucijada de Menem y CFK: caer vencido en el balotaje por Mauricio Macri y Cambiemos.
En definitiva, se trata de votar una simulación. Cristina es Alberto. Los dos tienen el mismo apellido, pero piensan distinto. Para comprobarlo, alcanza con buscar algún viejo vídeo en las redes sociales.