El 30 de mayo, El Papa ofreció una misa privada y entre los asistentes estaba Oscar Parrilli, ex jefe de los servicios de inteligencia de Cristina Fernández de Kirchner. Parrilli conoce muy bien a Francisco, desde que era Secretario General de la Presidencia y recibía la información ilegal de la SIDE sobre el entonces cardenal Jorge Bergoglio. Néstor Kirchner estaba obsesionado con Bergoglio y los espías civiles trabajaban a destajo para tener informado al Presidente de la Nación y su esposa Cristina Fernández.

Cuando falleció Juan Pablo II, el gobierno peronista montó una operación internacional para trabar la posible designación de Bergoglio como Papa. Desde Balcarce 50 se envió a Roma un dossier secreto que pretendía vincular a Bergoglio con la represión ilegal durante la dictadura militar. Este dossier fue preparado por Parrilli bajo las órdenes de Kirchner y Cristina. Los tres sonrieron cuando se anunció que Joseph Ratzinger sucedía a Juan Pablo II.

Con la renuncia de Benedicto XVI se activaron todas las alarmas en Balcarce 50. CFK repitió el operativo y puso al mando directo a Parrilli, que volvió a enviar a Roma el mismo dossier con la misma información falsa que recogió de un libro publicado por un operador mediático del kirchnerismo, La Presidenta no quería a Bergoglio como Papa y usaba a Parrilli para satisfacer sus necesidades políticas.

Ese movimiento por espalda, atroz, no sirvió para nada. Bergoglio fue ungido Papa y Cristina viajó a Roma para jurar amor eterno.

En el Año de la Misericordia, Francisco recibió a su perseguidor, al operador político que urdía oscuras maniobras en su contra.

Esta jugada no la entendí.