La imagen pública de Alberto Fernández cayó como consecuencia de un viscoso humor social alimentado por la extensa cuarentena y los efectos recesivos de la pandemia. Cuando el Presidente rozaba el 70 por ciento de imagen positiva, ningún referente vinculado a Cristina Fernández se atrevía a cuestionar su programa económico, su estrategia para resolver la deuda externa o su mirada de la crisis institucional en Venezuela. No era Alberto Fernández: era el Capitán Beto.
En apenas setenta y dos horas, CFK, Hebe de Bonafini, Julio de Vido y Víctor Hugo Morales fustigaron al Presidente con una vehemencia que parecían referentes de la oposición más combativa de la Argentina. Ese fuego amigo, iniciado por la Vicepresidente, se apalancó en la caída de la imagen presidencial para avanzar a tambor batiente.
El ala más dura del Frente de Todos castigó al jefe de Estado por su decisión de dialogar con la oposición, establecer una relación institucional con los empresarios y criticar la sistemática violación de los derechos humanos en Venezuela. Alberto Fernández intenta ejecutar una agenda de gobierno distinta a la perspectiva de poder que detenta Cristina Fernández, y ese rasgo político gatilló una replica del kirchnerismo que sorprendió en Olivos por su vehemencia y simultaneidad.
No fue un hecho casual. Aunque CFK jure que De Bonafini, De Vido y el locutor Morales actuaron sin orden expresa ni coordinación partidaria.