Por Rubén Amón.
La conspiración que se habría urdido desde Madrid contra Messi tendría mayor sentido si no fuera por la indulgencia de la Abogacía del Estado o por la inhibición de la Fiscalía, cuyo representante en el juicio se abstuvo de solicitar prisión al futbolista.
Perseveraba el ministerio público en la doctrina del florero. Que fue la que protegió a la infanta Cristina. Y la que pretendía proteger al infante Messi, pues la adhesión conceptual a la ignorancia del jugador en asuntos fiscales no hace otra cosa que convertir a los adultos en niños y a desposeerlos de la responsabilidad.
Discrepa, menos mal, la Audiencia Provincial de Barcelona. Y le impone a Messi 21 meses de cárcel, no ya como escarmiento a una fechoría de 4,1 millones de euros, sino como expresión categórica de su implicación en el delito: firmar unos papeles significa asumirlos, arrastra el beneplácito a un bizantino esquema de evasión tributaria.
Es la razón por la que escandaliza la campaña que el Barcelona ha organizado en simpatía al delincuente. Y el motivo por el que enternece la candidez de los hinchas adheridos, cuya obstinación en defensa del tótem parece hacerles olvidar que las cuentas de la evasión fiscal las pagan los contribuyentes honestos. Y que la insolidaridad de Messi no puede corresponderse con la solidaridad, menos aún incorporándose la turba a la inconsistencia de las teorías conspiranoicas.
El Barcelona está encubriendo a un condenado. Y el Barcelona incurre en un ejercicio de irresponsabilidad, probablemente porque la devoción visceral a Messi y la irracionalidad de la campaña en su ayuda servirán de movimiento disuasorio o preventivo a los problemas que arrastra el propio club con la Justicia.
Cualquier sentencia adversa será elaborada como la enésima prueba del gran sabotaje de Madrid e incorporada al historial del acoso del Estado. Una coartada perfecta para exacerbar el instinto defensivo, fecundar el victimismo y prodigar la distinción identitaria. Madrid nos roba. Madrid nos manda a la cárcel a nuestros futbolistas.
No imagino a Rajoy organizando una campaña «Todos somos Bárcenas» ni acierto a pronosticar las dimensiones de un acto reparatorio que tuviera como estribillo «Todos somos Francisco Granados», pero la genialidad de Messi y el sentimentalismo del fútbol en su estado de excepción adolescente -«Todos somos Peter Pan»- consienten que un club tan poderoso pueda jactarse de recomendar la connivencia con un delincuente.
Porque Messi no sabía. Fue papá. Fue el asesor. O fue la amante, el marido, la esposa, el chófer, el administrador, como hemos escuchado en todos los procesos que aspiran a convertir la ignorancia no ya en un atenuante, sino en un eximente. Y ese es el error. La ignorancia es un agravante. Por eso Edipo se arrancó los ojos.
Publicado en El País de Madrid.