Formado en la escuela de John Maynard Keynes y Carlos Marx, al gobernador bonaerense le faltó el pragmatismo de Antonio Cafiero y Daniel Scioli. Axel Kicillof creyó que podía apalancarse en los resultados económicos de María Eugenia Vidal y Mauricio Macri para sacar por la fuerza su ley de Reforma Impositiva, y se pegó un golpe festejado en silencio por los intendentes del conurbano y los expunteros porteños que ahora trabajan en la Casa Rosada.
Al gobernador del Frente de Todos le faltan cuatro bancas para tener quórum en la Cámara de Senadores de la Provincia, y si las quiere, deberá negociar con los intendentes y legisladores de Juntos por el Cambio. Vidal no está: pasea por París, y regresará en los próximos días.
En este contexto, Kicillof ya debe haber aprendido que la presión constante no sirve cuando no tenes los votos, y consideras que el arte de negociar es un formato florentino que no cuadra en una inteligencia seteada por dos pensadores que pasaron décadas antes de encontrar reconocimiento a nivel global.
El gobernador podría encontrar sosiego con menos de los que se plantearon Keynes y Marx. Kicillof tiene que bajar las alícuotas de su formidable ajuste fiscal y cerrar un acuerdo político con Juntos por el Cambio. Y, de paso, mirar a sus espaldas: Brutus no es sólo un personaje que murió hace siglos, después de traicionar en nombre de otros.
También se trata de un concepto político. Un clásico del pragmatismo peronista.