Alberto Fernández diseñó una estrategia de cuarentena que se apoya en acuerdos políticos con Horacio Rodríguez Larreta, jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Al principio, se trató de una necesidad estructural ante el embate del COVID19 que se mueve en zonas urbanas con muchísima concentración de gente. El presidente asumió que la ausencia de un acuerdo implicaba miles de muertos en la zona delimitada por la Capital federal y el conurbano bonaerense (AMLA).
Pero con el correr de las semanas, Alberto Fernández y Rodríguez Larreta se sintieron cómodos trabajando juntos y esa coincidencia causó profundas críticas en La Cámpora, el Instituto Patria y el entorno de CFK. La Vicepresidente no soporta al jefe de Gobierno porteño, y menos aún que pueda funcionar como un sostén institucional del Presidente, si decide avanzar a posiciones de poder que considera propias.
Alberto Fernández defiende la relación institucional-política que construye con Rodríguez Larreta y mueve cada vez que La Cámpora intenta ajustar cuentas con el líder de la oposición con mejor imagen pública. En este sentido, toda razón pública es válida: los intendentes del conurbano de la zona sur -avalados en silencio por Cristina- le pegaron a Rodríguez Larreta por su modelo de cuarentena, y el ministro de Salud de Axel Kicillof completó la faena.
El Presidente respaldó a Rodríguez Larreta y la jugada de CFK no se profundizó. Pero dejó a la intemperie su lógica de poder: achicar el margen de maniobra de Alberto Fernández, castigar a sus aliados y fortalecer una dinámica partidaria que sólo privilegia a Cristina y sus aliados en el Frente de Todos.