El coronavirus no sólo contagia y mata. También destruye la economía doméstica y global, y pone a prueba la estabilidad institucional y las relaciones de poder adentro del gobierno y de la principal coalición política. La pandemia interpela a todas las relaciones sociales y el epílogo es abierto.
La estrategia de la cuarentena obligatoria diseñada por Alberto Fernández para aplanar la curva fue efectiva respecto a la cantidad de contagiados y muertos que -por ahora- sufre la Argentina, pero nada pudo hacer frente a sus efectos económicos y financieros. Se reparten toneladas de comida para los pobres y desocupados, y las camas ya están listas para atender a las futuras víctimas del COVID19. Sin embargo, cada día, se multiplican la cantidad de despidos y de licencias forzadas ante la caída formidable del trabajo y del consumo.
Mientras tanto, el Poder Judicial sigue de feria, el Congreso inició un arranque lento empujado por la presión de la opinión pública y la quinta de Olivos trabaja a destajo y articula un diálogo político que aún no alcanzó para analizar el día después de la pandemia.
El día después implica cómo se hará un programa global de reconstrucción liderado por el Gobierno y apoyado por Cambiemos. Sin consenso político, con una economía destruida y el mundo atendiendo sus propios asuntos, todo puede complicarse más allá de la imaginación.
Y el coronavirus ya no sería el peor de los males.