En el escenario político, no hay nada más honesto que un militante. No importa la edad, la ideología, la pertenencia social. Ellos van, llueve o truene. Y no necesitan el choripan, el micro, o la changa del puntero. Son militantes. Punto.
Juan Domingo Perón uso a las organizaciones de izquierda para derrotar al dictador Alejandro Agustín Lanusse y colocar a Héctor Cámpora en Balcarce 50. Después lo echó con una maniobra palaciega ejecutada por José López Rega, un asesino serial que era ministro de Bienestar Social y jefe de la Triple A.
Tiempo más tarde, Perón exhibe sin pudor su pensamiento conservador, persigue a sus militantes y se apoya en bandas armadas de derecha que asesinaban en nombre del líder partidario. Al otro lado de la trinchera, otras bandas que citaban al Che Guevara y recordaban los discursos de Evita, pasaban a la clandestinidad, asesinaban a destajo y ponían en jaque perpetuo a la Democracia.
Néstor Kirchner y Cristina Fernández urdieron un relato populista y se apropiaron del discurso de los Derechos Humanos, aunque jamás fueron vistos en una marcha contra de la dictadura militar. CFK se presenta como una líder perseguida por la justicia y busca su 17 de octubre. Cree que los militantes son una manada ciega, que no lee los diarios y no pueden entender la evidencia acumulada en un expediente penal.
Cristina llegará muchas veces a Comodoro Py para enfrentar a la justicia federal. Su honestidad está comprometida y las pruebas serán implacables con la expresidente, que sueña volver a la Casa Rosada en los próximos años.
Me preocupa los militantes, que aún gritan el nombre de Cristina. Como hace 45 años gritaban el nombre de Perón. La traición no tiene época, ni genero. Puede servir para justificar la voracidad política o apilar millones de dólares.
Ya nadie viaja hasta los tribunales para defender la honestidad de Carlos Menem. Es cosa juzgada.
Con el tiempo, CFK sufrirá idéntico castigo. El poder desgasta a quien no lo tiene.