La suspensión de Dilma Rousseff abre una etapa de transición con final abierto. Michel Temer, su sucesor y verdugo, debe enfrentar la crisis social del país, las investigaciones judiciales que desnudaron la trama de corrupción y los embates políticos de Lula da Silva, que pretende regresar a la Presidencia del Brasil.
Temer desea encarrilar la economía, preservar el sistema político jaqueado por la operación Lava jato y liderar un nuevo acuerdo institucional que desemboque en una futura elección como presidente a través del voto popular. Su ambición es gigantesca y sus posibilidades mínimas. El verdugo de Dilma no tiene suficiente poder para cumplir sus sueños de grandeza.
Lula y el Partido de los Trabajadores no apoyaran un ajuste económico que perjudique a sus bases sociales. La justicia ahora avanzará sobre Dilma y Lula, que tendrán que dar explicaciones sobre las relaciones opacas que se montaron entre Petrobras y el financiamiento irregular del PT. Y no debería sorprender que el propio Temer deba abandonar su cargo acusado por la Corte Suprema.
Dos fechas claves condicionan la crisis política del Brasil. Los juegos olímpicos en agosto y las elecciones municipales en octubre. Entre estas dos eventos tan disímiles, se cocinara la próxima etapa de transición de nuestro principal socio en el Mercosur. Temer buscará consolidar su gobierno para evitar que Lula fuerce una convocatoria a comicios presidenciales en octubre, un escenario que deja a la derecha brasilera sin un candidato viable frente al líder del PT.
A lo que hay que añadir, el movimiento propio de la justicia penal, que puede demoler a un sistema partidario que hasta ahora funcionó con demagogia y los fondos escamoteados a Petrobras. Si la operación Lava jato continúa su marcha, Temer no tendrá otro camino que convocar a elecciones y es probable que Lula empiece a escribir su epitafio político.
Brasil tiene nuevo presidente. Se llama Temer. Aún no vimos nada.