Alberto Fernández se concentró en la economía y no tuvo otra alternativa que mejorar su manejo de la política exterior frente a la crisis de Venezuela, la llegada de Evo Morales a Buenos Aires y la guerra tácita entre Estados Unidos e Irán. El presidente asume que ambas agendas se cruzan por la influencia global y regional de Donald Trump. La Casa Blanca es una pieza clave en la negociación de la deuda externa y las posiciones de Alberto Fernández en torno a Nicolás Maduro, la situación en Bolivia y Medio Oriente pueden contribuir a facilitar la relación con el FMI o complicarla en el corto plazo.
El presidente se maneja con astucia cuando asegura al Fondo Monetario Internacional que Argentina honrará su deuda externa, si se evita la imposición de nuevos planes de ajuste. Washington acepta esta perspectiva política, pero pretende una hoja de ruta que despeje las dudas al board que es dominado por Estados Unidos.
En este contexto, por el peso propio de la Casa Blanca en el FMI, se hace indispensable que Alberto Fernández explique con precisión su agenda regional. El presidente apoya a Evo Morales y tiene una posición en zigzag respecto a Nicolás Maduro. Repudió su intento de golpe parlamentario, y días más tarde en la OEA se negó a reconocer a Juan Guaidó como titular de la Asamblea Legislativa.
Trump ya sabe que Alberto Fernández no se plegará a su estrategia para terminar con Maduro. Y acepta posiciones diferentes respecto a una crisis que no tiene salida unilateral. El presidente propone una mesa de negociación con todas las partes, una táctica que ya fracaso en tiempos de Barack Obama y con Francisco como uno de los principales interlocutores.
El presidente desplegó medidas económicas populistas en sus primeros treinta días de gobierno, consulta a CFK sobre cada decisión importante que va a ejecutar y se dispone a jugar una parte de su capital político en la negociación con el FMI. Ambas partes aseguran que llegarán a un acuerdo antes que comience el verano en Estados Unidos.