Mauricio Macri terminó de asumir que su poder se consolida cuando confronta con la dirigencia sindical y Cristina Fernández explica vía Twitter que es honesta y que jamás se robó un centavo del Estado Nacional. El Presidente entendió esta dialéctica política después de recibir una sucesión de encuestas que exhibían los cuestionamientos del electorado independiente a su actitud contemplativa con los piquetes y la jerarquía gremial que ocupaban las calles y proponían consignas de otro siglo y otras circunstancias históricas.
Las decisiones de la justicia federal explicitando las presuntas conductas penales que CFK, su familia, sus exministros y sus amigos ejecutaron durante 12 años en el poder, causaron que el kirchnerismo pierda dimensión en el aparato justicialista y entonces opte por ocupar los espacios públicos para demostrar que este proyecto de poder no está terminado. Cristina aparece con muy buena imagen en el conurbano bonaerense, pero su influencia desaparece cuando se pregunta sobre ella en los sectores medios y en las ciudades alejadas del primer y tercer cordón. Ergo: CFK no tiene asegurada la banca en los comicios de octubre.
En este contexto, Macri decidió confrontar con los piqueteros, la dirigencia gremial, los restos del kirchnerismo y los gordos de la CGT. Hasta ahora, le dio resultado: mejoró su imagen pública, polarizó con CFK y demostró una vocación de poder que aparecía mimetizada entre sus clases de artes marciales y las sesiones de budismo.
Con todo, el Presidente aún tiene un flanco débil frente al desafío electoral. La inflación no cede, la economía todavía no crece lo esperado y la pobreza golpea en todas las ciudades del país. Si este panorama no cambia, poco le habrá servido enterrar a Bambi para demostrar que el poder se ocupa para ejercerlo.