La historia es antigua y compleja, pero fácil de contar: Francisco Eduardo Trusso era amigo y confidente de Antonio Quarracino, un arzobispo de Buenos Aires conocido por su perspectiva conservadora de la Iglesia y el mundo. Trusso fue embajador de Carlos Menem en el Vaticano y sus contactos con la curia romana abrieron puertas y negocios millonarios. Era un juego político que incluía a Juan Pablo II, al operador eclesiástico Esteban «Cacho» Caselli, a los hijos del embajador Trusso, a Menem y su entorno familiar, a Quarracino y su secretario privado Roberto Toledo y a ciertos financistas internacionales que lavaban dinero en el Banco Vaticano. Fondos negros, cobro de audiencias papales, designaciones en la Iglesia Argentina, condecoraciones otorgadas por la la Santa Sede y contratos que vinculaban a sociedades castrenses con el Arzobispado de Buenos Aires fueron negocios opacos que se cocinaron bajo la invocación de Cristo y la Cruz.
La trama oscura que unía a la familia Trusso con la administración de Menem, la Iglesia Católica y el Vaticano estalló en mil pedazos cuando se conoció el desfalco del Banco de Crédito Provincial (BCP), una entidad financiera que operaba en La Plata y era propiedad de la familia Trusso. La caída del BCP perjudicó a 70.000 ahorristas y desnudó una trama de corrupción que vinculaba a los hijos del embajador Trusso, al arzobispo Quarracino y a poderosos influyentes argentinos e italianos que tenían cuentas sin declarar al otro lado del Tévere. El escándalo fue tan profundo que se movió Menem, un cardenal que rezaba en las cercanías de Juan Pablo II, el operador Caselli y el abogado Roberto Dromi.
Francisco Trusso (h), responsable principal del desfalco por 300 millones de dólares cometido por el BCP, estuvo prófugo durante años en Brasil y finalmente fue capturado en Miramar. Trusso alegó ante la justicia penal que no tenía fondos para pagar su fianza y obtener su excarcelación: necesitaba un millón de pesos, la cifra exacta entre la libertad y la prisión. Sin la fianza real, Francisco hijo de Francisco Eduardo, dormiría en prisión hasta la sentencia definitiva.
A fines de noviembre de 2003, a bordo de una 4×4 negra, apareció el fiador del millón de pesos que necesitaba Trusso (h) para salir en libertad. Así fue consignado en el expediente judicial: «Acéptase la constitución como fiador personal al arzobispo de La Plata, monseñor Héctor Aguer, quien se obligará a presentar a su fiado (Trusso) cuantas veces sea requerido y a pagar el monto de la caución fijada en caso de incomparecencia». Es decir: Aguer, hombre de fe y de principios éticos inviolables, rescataba a un banquero corrupto que había perjudicado a 70.000 ahorristas platenses.
En las últimas horas, monseñor Aguer ocupó los medios con una declaración muy fuerte contra la decisión de Mauricio Macri de abrir el debate por la despenalizacion del aborto. Aguer habló de principios y de orden moral, justo cuando se van a cumplir quince años de su papel como fiador del banquero Trusso. Ese gesto, terrenal y opaco, fue agradecido con esmero en Roma.