Mauricio Macri completó una gira por New York que sirvió para ratificar dos claves de la política exterior que ejecuta la administración de Cambiemos: el Presidente privilegia una agenda comercial con los países y le quita prioridad a aspectos de las relaciones exteriores que no impliquen un aumento de las inversiones extranjeras directas o la obtención de mayores cuotas de mercados globales para los productos nacionales. En plena crisis económica, con millones de pobres y desempleados, es lógico que Macri apuesta por la producción apuntalada por las grandes compañías del mundo. Pero a su vez, el Presidente debería continuar con una hoja de ruta vinculada a los refugiados, el cambio climático o los derechos humanos, que antes atendía y ahora colocó en un diplomático segundo plano. La asunción de Donald Trump trastocó la agenda internacional que empujaban Barack Obama y Ángela Merkel, sin embargo este hecho irreductible no puede enterrar la lógica de política exterior que ejecutaba Susana Malcorra al frente de la Cancillería.
Con la asunción de Jorge Faurie en el Palacio San Martín, la nueva estrategia diplomática de Macri se ejecuta sin dudas ni debates de gabinete. El canciller comparte toda la mirada del mundo que tiene el Presidente, y apuesta a una agenda que privilegia los acuerdos comerciales, la apertura económica y la inversión extranjera directa, por encima de cualquier otro tema que Malcorra hubiera puesto como postura estratégica de la Argentina. No es que Macri o Faurie enterraron la posición de Balcarce 50 sobre cambio climático, refugiados o derechos humanos, simplemente bajó varios escalones en las prioridades del Poder Ejecutivo.
Pero centrar toda la política exterior en el comercio y las inversiones, puede traer consecuencias políticas. La Casa Blanca optó por el lobby americano para trabar las exportaciones de biodiesel que permitían al país un ingreso cercano a los 1.350 millones de dólares. Y ahora la embajada argentina en Washington estará a cargo del empresario Fernando Oris de Roa, que sabe mucho de pollos y limones, y nada de diplomacia formal, realismo periférico y la tesis de Henry KIssinger sobre el balance de poder. Oris de Roa llega a DC para promover los negocios americanos en la Argentina, pero la relación bilateral con Estados Unidos es mucho más que eso, ya que implica –entre otros temas– asuntos vinculados a la seguridad, la cultura, el cambio climático y la agenda del G20.
El desbalance de una política exterior puede generar costos institucionales, más si se trata de un país que vuelve a insertarse en el mundo. Porque la inserción no debe ser únicamente económica, comercial o financiera. Como tampoco podía estar asociada con países que no creen en la democracia o el libre comercio. si se piensa en la mirada que imponía Cristina a una nuestra agenda internacional. Al final, la diplomacia argentina puede quedar atascada: podrían no llegar las inversiones productivas en la medida que pretende Macri, ni aplicarse de nuevo su agenda del primer año de mandato –refugiados, diálogo interreligioso, cambio climático, por ejemplo– que demostraba una mirada equilibrada y acorde al siglo XXI.
Fernando Oris de Roa, designado embajador argentino en DC