Donald Trump y Barack Obama tomarán el té en la Casa Blanca e irán juntos hasta la explanada del Capitolio, adonde se hará formalmente la sucesión presidencial. Trump y Obama mostraran sus sonrisas de ocasión para demostrar que la continuidad institucional es más importante que las diferencias políticas e ideológicas que tienen para manejar una potencia en leve declive frente a los avances económicos y militares que exhiben China y Rusia. Obama iniciará una batalla personal para preservar su legado, mientras que Trump cuenta los minutos para desembarcar en el Salón Oval y borrar con su firma las principales conquistas sociales que ejecutó su antecesor demócrata. Trump pretende reformular la agenda mundial, y a diferencia de Obama que buscaba consensos con China y enfrentaba a Rusia, no duda en colocar a Vladimir Putin como su par al momento de diseñar la geopolítica de los próximos cuatro años.
La asunción presidencial es una ceremonia sagrada para Estados Unidos. Concurre toda la clase política, no hay marchas en contra del futuro jefe de Estados y la nueva agenda de la Casa Blanca se impone con diplomacia y el paso del tiempo. Nada de eso ocurrirá con Trump: muchísimos legisladores demócratas no irán a la asunción, habrá una movilización de mujeres contra los planes del presidente republicano, y no debería sorprender que en el discurso presidencial se anuncie un retroceso en la política exterior americana respecto a Irán, Rusia y China.
La mayoría de los votantes en Washington votaron por Hillary Clinton, y esta inclinación política se notara en la concurrencia que acompañará la asunción de Trump. Se calcula que habrá la mitad de la audiencia que enfrentó el frió cuando Obama asumió hace ocho años. Pero el presidente republicano relativiza los cálculos de la CNN, y sigue usando a los medios de comunicación para provocar escozor afuera y adentro de los Estados Unidos. Le dijo a un diario israelí conservador que tiene «verdaderas» intenciones de mover la embajada americana desde Tel Aviv a Jerusalén y comentó a los periodistas en Washington que su gabinete tiene el más alto coeficiente de inteligencia jamás reunido en la historia de su país, un dato imposible de corroborar teniendo en cuenta que pasaron 44 presidentes por la Casa Blanca.
El presidente 45 de los Estados Unidos asumirá en Washington y empezará una nueva era. Trump quiere dejar su marca, como cualquiera de sus antecesores. Su agenda lo pone más cerca de Richard Nixon, con su inteligencia y escasos límites morales, que al lado de George Bush (p) y su extremado profesionalismo para representar con sutiliza al establishment republicano. Con Trump, ya está claro, todo puede suceder en DC y alrededor del planeta.