Nicolás Maduro lidera un régimen populista aún sostenido por Rusia, China, Cuba e Irán. Tiene una cúpula militar que hace muchos negocios en Venezuela y que todavía desconfía de las ofertas de amnistía que ofrecieron el vicepresidente de los Estados Unidos, MIke Pence, y el presidente interino de Venezuela, Juan Guaidó, durante la cumbre de Bogotá del Grupo Lima. Esos generales millonarios quieren impunidad y recuerdan las promesas del Departamento de Estado a Manuel Noriega y Muammar Kadafi, dos dictadores que se sentaron a negociar para facilitar la entrega del poder en Panamá y Libia. Noriega murió preso en un hospital de Panamá y Kadafi fue asesinado en las cercanías de Sirte (Libia).
Maduro resistió con éxito la decisión de Estados Unidos de forzar su caída a través de la ayuda humanitaria que iba a ingresar a Venezuela a través de las fronteras con Brasil, Colombia y la isla de Curazao. El líder populista asesinó, reprimió e incendió un camión con ayuda que había cruzado desde Cúcuta (Colombia) y luego adelantó que la justicia venezolana (propia) tenía intenciones de detener a Guaidó porque cruzó a Colombia la semana pasada para participar del Venezuela Aid Live y la cumbre del Grupo Lima.
En este contexto, la situación en Venezuela puede cambiar en días: si Maduro detiene a Guaidó, Estados Unidos pondrá en marcha su vía militar para enterrar al régimen populista. En cambio, si Guaidó regresa a Caracas y no es capturado, continuará la vía diplomática para forzar la renuncia de Maduro. En Colombia, durante las deliberaciones del Grupo Lima, quedaron dos posiciones enfrentadas: Estados Unidos –sutil y en zigzag–, proponiendo el uso de la fuerza, mientras que la mayoría de los países de la región –encabezados por Argentina, Brasil y Colombia–, descartando el uso de la fuerza e insistiendo con la vía diplomática.
Le toca mover a Maduro. Todo está en sus manos.