Por Carlos Pérez de Ziriza. En febrero de 1987, Prince editaba un single mayestático -que diseccionaba algunos de los males de los años 80 con sintética clarividencia- en cuya primera línea de texto se hacía referencia, sin nombrarlo, al SIDA. Solo dos meses más tarde, aquella “gran enfermedad con un nombre pequeño” que el genio de Minneapolis empleaba para descorchar el rotundo relato de Sign O’ The Times se colaba ya en el organismo de Freddie Mercury, pese a que él se empeñara en negarlo ante una prensa ávida de sensacionalismo barato.
Al menos si hay que creer a Jim Hutton, quien fuera pareja del líder de Queen durante sus últimos seis años de vida, Freddie Mercury fue la primera celebridad del mundo del rock en engrosar la lista de víctimas ilustres de la enfermedad, pero nada le hizo desistir de su deseo de aparentar normalidad y seguir trabajando hasta el último aliento. Hasta el punto de que tuvo que ser el 23 de noviembre de 1991, a tan solo 24 horas de su muerte, cuando por fin emitió un comunicado público para anunciar que había contraído la fatal enfermedad.
El secretismo de Freddie Mercury se contradecía con el aspecto que mostraba en sus ya intermitentes apariciones públicas, pero se amoldaba al carácter de un músico que, en abierto contraste con su explosividad escénica, tenía aversión por las entrevistas y cualquier clase de exposición pública de su intimidad. Las pistas eran más que evidentes: la banda ya no había girado para promocionar The Miracle(Capitol, 1989) y la aparición del cuarteto para recoger el premio Brit por su contribución a la música británica, el 18 de febrero de 1990, mostraba al vocalista con un aspecto físico muy desmejorado, extremadamente delgado y pálido.
Desde el 24 de noviembre de 1991, la casa de Freddie Mercury en Kensington (Londres) se convirtió en lugar de peregrinaje para fans y devotos. Y la música de Queen, tan cuestionada en su momento por gran parte de la crítica, comenzó a ser vista con otros ojos. El tiempo ya hizo justicia con Freddie, sorprendido por la muerte cuando aún no había terminado de desplegar sus alas.
*Publicado en el País de Madrid.