El ministro de Educación, Esteban Bullrich, visitó la casa de Ana Frank en Amsterdam. Y demostró su ignorancia respecto a la asunción de Adolfo Hitler, el genocidio nazi ejecutado en Europa y la estrategia geopolítica que protagonizaron Estados Unidos y la Unión Soviética desde que inició la Segunda Guerra Mundial hasta la caída de Berlín en 1945. «Ella tenía sueños, sabía lo que quería, escribía sobre lo que quería y esos sueños quedaron truncos, en gran parte por una dirigencia que no fue capaz de unir y llevar paz a un mundo que promovía la intolerancia», opinó Bullrich sobre la tragedia de Ana y su contexto histórico.
El ministro de Educación debería saber que Hitler llegó al poder con un discurso nacionalista basado en la situación económica de Alemania, que pagaba las reparaciones establecidas por el Tratado de Versalles. Sin pérdida de tiempo, el dictador nazi terminó con las libertades constitucionales e inició una ofensiva bélica en el corazón de Europa. Hitler pretendía enterrar la democracia en Occidente y establecer un régimen político que implicaba vivir en la noche y en la niebla.
A la maquinaria bélica, Hitler sumó el Genocidio. Un plan sistemático que desplegó campos de concentración en Europa y que significó el exterminio de 6.000.000 de judíos. Ana Frank integra ese número y no fue una víctima por la ausencia de acuerdo entre los dirigentes del mundo. Ana fue asesinada porque era judía y porque Hitler pretendió imponer un régimen totalitario alrededor del planeta.
La ignorancia permite que los hechos históricos se repitan. Bullrich debería saberlo. O aprenderlo.