Cristina Fernández de Kirchner optó por romper las reglas de juego para evitar que un fallo de la Corte Suprema afecte su influencia política en el Consejo de la Magistratura. CFK ordenó dividir el bloque de senadores peronistas para apropiarse de un cargo que le pertenece a Juntos por el Cambio.
La vicepresidente cruzó la raya. Y Alberto Fernández se enteró cuando la decisión estaba consumada.
El jefe de Estado no tuvo otra alternativa que avalar la jugada irregular de Cristina, y el futuro avizora un inevitable conflicto de poderes entre el Senado y la Corte Suprema. CFK detesta a Horacio Rosatti -titular del alto tribunal-, y Rosatti no se caracteriza por acatar sumiso las decisiones ajenas que pueden complicar sus propios sueños personales.
En este contexto, la crisis institucional se acerca a niveles inéditos para la democracia. El oficialismo y la oposición no tienen diálogo, el Presidente y la vicepresidente no se hablan, la Corte y la Cámara alta están enfrentados por el Consejo de la Magistratura, y la relación de Sergio Massa con Alberto Fernández y Cristina es un intríngulis político con final abierto.
Mientras tanto, la crisis económica afecta a todos los sectores sociales, y la sociedad desconfía de la clase política.
Todo muy parecido a la República de Weimar.